sábado, 19 de diciembre de 2009

Llorar con E.T.


La cuestión es que era sábado y el día se prestaba para quedarse en la cama, escuchando caer la lluvia y sintonizando alguna buena película en la TV.
No encontraba nada hasta que E.T. apareció en la pantalla, y decidí saldar una deuda pendiente con mi infancia y mirar el film.
Ahí estaba el tiernísimo extraterrestre que se cayó a la Tierra, con sus ojos dulces y su cuerpecito de hule conectado a la vida a través de una planta con flores naranjas y amarillas y aferrado a unos niños que cuidaban de él, de manera incondicional.
Fue maravilloso pedalear en bicicletas voladoras y dejarme atrapar por los efectos especiales de los ochenta, que reflejaban la vida del hombrecillo de otro planeta, que repetía con un dudoso doblaje: “Mi casa. Teléfono”, mientras estiraba un dedo largo y deforme que en la punta tenía una lucecilla incandescente.
No obstante, una señal de alarma llegó a mi cuerpo cuando se me piantó el lagrimón en el momento en que la película llegaba al final. Traté de ocultar el rostro para que mi novio, que estaba cebando unos mates, no notara la terrible angustia que me provocaba el hecho de que E.T. no pudiera regresar a su planeta. Al mismo, tiempo sentía una creciente vergüenza porque “una grandulota como yo, no puede estar llorando con una película para nenes”.
Sin embargo, fue imposible enjugar las lágrimas, y me dejé invadir por el incierto destino del alienígena, mientras en mi cabeza, una especie de loro verde interior repetía: “Querida, tenés 30 años, cómo vas a llorar por tremenda pavada”.
En tanto, mi novio se corrió un poco y me miraba de reojo sin comprender, pero ya era tarde: una fiebre lacrimógena inexplicable se apoderó de mi ser, y hasta lloré con ruidos y algún que otro hipo. Pasaron unos minutos, y él me abrazó un poco con cara de circunstancia, mientras los titulares de la película se llevaban el Fin.
Creo que mi compañero de ruta esperaba que le hiciera alguna terrible confesión, y pensé que sería mejor dejarlo así en lugar de explicarle que yo sólo lloraba por E.T. Nada más. Después, me calmé, respiré hondo e intenté justificar mi estado, pero no encontraba palabras verosímiles y me enredé en una madeja difícil de deshacer.
Desde entonces, opté por tener mayores recaudos en mis elecciones cinematográficas y noto que mi novio también lo hace. Es que me cuida.
Creo que por eso este martes cuando estaban pasando “Ico, el caballito valiente”, se detuvo y esbozó una sonrisa, pero siguió haciendo zapping, con aires de desentendido, aunque noté su gesto de picardía.
No obstante, todavía recuerdo ese día, como si fuera hoy, y le hago honor viendo alguna peliculita de esas en secreto. Son esas jornadas en las que me importa un comino lo demás, y mi corazón se vuelve niño. Y vuela con bicicletas y se inunda de ternura con finales felices en donde las naves supersónicas se van de la Tierra, pero dejan flotando un arco iris que se disuelve despacito, como humo multicolor en el fondo azul del cielo.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El virgen

José tenía 30 años y era virgen. Las cuestiones del sexo constituían un territorio desconocido para sus prolijos pies, aunque sus hormonas clamaban suplicantes por algún cuerpo hospitalario que albergara tanta lujuria contenida. José miraba mujeres, pero no las tocaba. Sentía temor al rechazo de tantas féminas alborotadas y no tanto que parecían olfatear en el aire su condición de inmaculado, que ninguno de sus amigos había confirmado con certeza, aunque era el comentario obligado cada vez que José faltaba al asado de los jueves.
Hasta que José conoció a Isaura y sintió que la planicie de sus días de abstinencia sexual llegaban al final. Isaura ocupaba sus pensamientos y sentimientos: salían juntos al cine, a las discotecas, paseaban en canoa, en tren y en sulky.
Aunque José pudo conocer sus insinuantes curvas por arriba del vestido, Isaura era una mujer arisca y poderosa, que no permitía que José saciara sus ansias en ella. Quería llegar virgen al matrimonio. La decisión era irrevocable.
Diez largos e interminables años tuvo que esperar José para el debut. Su mamá lo llamaba dos veces por semana para ver si lograba convencer a Isaura, pero “no pasó nada”, le contaba José.
Sin embargo, todavía se comenta que luego de la noche de bodas, los vecinos de habitación debieron llamar una ambulancia para José, que se había descompensado con el esfuerzo. Cinco inyecciones le aplicaron para devolverle la hidratación, pero a José no le importaba nada. Se dice que es el único hombre que asegura que después del casamiento volvió a nacer.

Extraña compañía

Ana la veía a veces cuando cerraba los ojos. Ella era grasosa y maloliente y se acercaba despacio, sin demasiados sonidos que la delataran, como una sombra que a veces tomaba forma, y se perdía y aparecía, fugaz y cerca. Aparecía en los peores momentos de Ana, en esos días en que la angustia de lo que hubiera deseado para su existencia se apoderaba de su ser y la llevaba por caminos oscuros, que la tentaban a ser recorridos. Ana se paralizaba con la imagen esa, que en algunos momentos se agrandaba y en otros veía pequeñita en algún punto de la casa, o que imaginaba gateando por el pasillo que unía el dormitorio con su lugar de trabajo. Ana le temía, pero la llamaba cuando el miedo le ganaba la batalla, y la dejaba paralizada en algún rincón del dormitorio, toda hecha un bollito, y con ella mirándola fijo, con sus manos sucias y su respiración hedionda envolviendo a Ana, que se quedaba quietita, hecha un ovillo, como si deseara hundirse en sí misma y no volver nunca.

domingo, 22 de noviembre de 2009

El ser monotributista

Aquella mañana decidí desayunar como corresponde: un buen café humeante, tostadas con mermelada casera de ciruelas, que sólo mi mamá sabe preparar, y un poco de buena música antes de emprender la jornada laboral. Me di una ducha ligera para despejar la mente y me senté frente a la mesa anticipándome a los deliciosos sabores que esperaban a mi paladar.

Me encanta estar sola por las mañanas, sin tener que escuchar ningún tipo de ser humano a mi alrededor, hasta que mi cerebro se disponga a comenzar el día. Encendí el televisor, casi de forma autómata, y el titular que cubría la parte inferior de la pantalla provocó el primer puntazo de acidez en mi sistema digestivo. La cuota del monotributo, que religiosamente pago mes a mes, y que se lleva gran parte de mi escuálida facturación subiría al doble en unas semanas.

La tostada perdió su sabor y una seguidilla de pensamientos y puteadas inundaron mi mente que luchaba por mantener su equilibrio zen, aunque estuviese inundada por cálculos y nuevas estrategias de saltimbanqui para llegar a fin de mes con “semejante impuesto injusto”, seguido de un “me faltan 250.000 años para jubilarme” a lo que se agregaba la preocupación más acuciante: “al monotributo lo quieren hacer desparecer”· A esa altura el café era una sola nata y del efecto relajante del baño sólo quedó un dejo de aroma a jabón.

Pasaron unos minutos y todavía recuerdo el sonido del mensaje de texto en mi celular, y el pedido desesperado de mi mejor amiga que solicitaba auxilio por escrito y textual: “estoy con el cuello duro, no puedo ir a trabajar”. En ese instante fugaz me pregunté si mi compañera del alma habría sazonado su sintomatología mirando el mismo noticiero que yo. De más está decir que el desayuno se convirtió en atragantamiento y salida disparando a la oficina para compartir impresiones y mitigar berrinches con algunos pares.

En el camino de ida, imaginé a un coro de colegas refunfuñando al unísono en contra de la decisión de incrementar el pago, una multitud de corazones vitoreando a viva voz y lanzando sus maldiciones al viento. Me dieron ganas de iniciar mi “Día de Furia”, cual protagonista femenina de la famosa película, actuada por Michael Douglas, y me reí un poco de la ocurrencia. Y de los reclamos que no se escuchan, y de las cosas que siguen como siguen, y de ese “ser monotributista” que comparto con quien sabe cuántas almas que tienen los mismos formularios que yo, y que aquel memorable día arrancaron con un desayuno tranquilo y terminaron su café con ganas de patear cualquier cosa que se les cruzara por el camino, o con tortícolis inminente sólo curable vía miorelajantes para tumbar elefantes.

domingo, 11 de octubre de 2009

Serendipity


Dicen que la serendipia es un accidente. Una circunstancia inesperada, un descubrimiento fortuito, como un rayo que aparece en medio de un cielo radiante, una situación que rompe con el tablero de lo habitual para generar un escenario nuevo, que modifica el curso de la historia. No sé si lo que ocurrió con aquel gato sirve para ejemplificar el concepto, pero lo cierto es que a veces una acción mínima y aparentemente intrascendente puede torcer el rumbo habitual de una forma tan insólita que causa sorpresa. Cuando me lo contó mi amigo no pude dejar de preguntarme qué hubiera sucedido con el animal si no se hubiera efectuado aquel llamado telefónico que provocó la presencia de personal del instituto antirrábico municipal, luego de que más de medio centenar de transeúntes se pararan frente al felino que yacía despatarrado al sol, con los ojos cerrados y sin signos vitales aparentes. La cola casi anaranjada desplegada sobre las baldosas grises dificultaba el paso y una pequeña muchedumbre se había congregado alrededor del gato, mientras se preguntaban qué había ocurrido y por qué “ninguna autoridad” se hacía cargo del asunto.
Una comerciante que había observado la escena durante toda la mañana se comunicó telefónicamente con el antirrábico municipal, y 45 minutos después de la señal de alarma, tres médicos veterinarios se hicieron presentes en el lugar del hecho, portando sus maletines y menesteres, mientras un camión jaula los esperaba para retirar el aparente cadáver. Ya nadie quedaba en aquella zona donde los empleados públicos terminaban su horario de trabajo religiosamente a las 13, cuando las campanas del reloj de la Casa de Gobierno lanzaban su último din don marcando la señal del regreso a casa.
Los profesionales de la salud se acercaron con ojos clínicos al bicho, y cuando hicieron las primeras revisaciones constataron que el corazón del animal seguía latiendo y que su respiración era normal. “Se trata de un desmayo”, aventuró una de las veterinarias mientras otro de sus pares tomaba entre sus manos un implemento para realizar una reanimación cardíaca del gatito, que no daba ninguna señal de querer abandonar su estado catatónico.
La empleada de comercio seguía todos los movimientos amparada en el anonimato que le daba el reflejo exterior de la vidriera, y pensó que después del salvataje se acercaría al personal municipal para agradecerles su predisposición para retirar al bicharraco que se había constituído en el atractivo principal de una de las últimas mañanas del mes, en la que las ventas eran tan escasas como los escasos salarios de los consumidores.
El veterinario encendió el aparato de reanimación y tomó al gatito con fuerza del pecho. La vibración inesperada hizo que el animal abriera los ojos verdes de forma desorbitada y las pupilas se le dilataron tanto como pudieron, mientras los pelos del lomo se le erizaban cual puercoespín. En una milésima de segundo, el gato se puso de pie, tensó todos los músculos y salió corriendo por la vereda hacia la calle, en una carrera frenética para escapar de quien con tan poca delicadeza lo había arrancado del sopor.
El colectivo ni siquiera sintió el aullido del animalito cuando sus ruedas lo atraparon de lleno, aunque el chofer maldijo por milésima vez el mal estado de las calles y la cantidad de baches y badenes que aún permanecían sin arreglo “desde la nueva gestión del intendente peronista; y qué intendentes eran los de antes y que los parió”.
El personal municipal quedó estupefacto y el portador del aparato de reanimación estuvo varios minutos con el mequetrefe encendido sin saber muy bien qué decir ante el triste suceso, pero la veterinaria no pudo contener la carcajada. Tiempo después buscaron una bolsa de consorcio, retiraron el amasijo de pelos y sangre de la calle, labraron el acta del caso y se marcharon silenciosos.
Mientras tanto, la empleada bajó sigilosa las cortinas del negocio y se retiró pensativa: “tuvo mala suerte quizás, esa era la última vida que le quedaba”, se susurró por lo bajo como para alivianar un poquito la culpa que sentía y darle un toque de humor negro a la situación. Sin embargo, se prometió que desde ese día en adelante se ocuparía sólo de sus asuntos. Había que interpretar las señales de la naturaleza y el rumbo que podían darle a las cosas las acciones humanas, por más pequeñitas, insignificantes y rutinarias que parezcan.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Despiste masivo

Alguien dijo, creo que fue Bataille, que el amor es la entrega total. En realidad él escribió: “el amor es la indiferencia con respecto al futuro
y la renuncia a todo dominio,
la afirmación del presente inmediato y la comunicación afectiva con los otros,
es decir, la apertura al juego incierto del azar, hasta el extremo del extravío y de la impotencia, de la donación incondicional
y de la pérdida de sí”.

Confieso que perdí la huella, y falló la brújula que guiaba mi viaje, pero aún así no me siento extraviada.
Como suspendida, escucho música y sigo el no rumbo del azar.
No tengo mariposas en la panza ni me sonroja tu voz, aunque me detengo y te miro.
Estoy algo mareada.
Adoro este despiste masivo.

sábado, 18 de julio de 2009

Impasse

No sabía por qué ese miedo al pelo negro. Al pelo negro largo. Al pelo negro largo y sucio. Al pelo negro, largo, sucio y enmarañado. Le habían dicho que se trataba de un trastorno psicológico, caetofobia le llamaban: un miedo irracional, algo así como una repulsión paralizante. Ese miedo empezó de golpe, sin anunciarse, irrumpió de repente en su vida, cual visitante inesperado. Creo que fue después de ver una de esas películas de terror japonés, plagadas de clichés, o quizás el recuerdo de su tía peinándola de forma obsesiva hasta que no quedara ni un nudito de enredo en su cabellera, con la coleta tirante hasta que le doliera la frente.
No sabía por qué la mancha del terror se había colado un día en la colorida postal de su cotidianeidad. Cuando veía esas melenas desprolijas e imaginaba su olor rancio, se le hacía un nudo en la garganta y la invadía una caravana de sensaciones asfixiantes y un hormigueo indescriptible en el estómago. Temía tanto, que huía de las colas del banco, o se quedaba paralizada al ver las melenas cubriendo el rostro de las mujeres en alguna peluquería o cuando observaba ciertos mechones sueltos que se iban como cucarachas por los resumideros de un baño mugriento. En esos instantes, cerraba los ojos y respiraba hondo, sintiendo que el aire le cortaba la garganta como una espada.
Su miedo fue creciendo y la arrinconó un día. Al borde del desborde resolvió esperar a que la compulsión pasara. Y no salió más, sólo compras indispensables y viandas a domicilio. Llamadas sin responder, turnos cancelados y los giros postales de sus padres para subsistir sin trabajo.
Y no salió más, hasta esta mañana en que volvió a mirarse al espejo y venció la repulsión: ya no la paralizaba su propio pelo que ahora estaba largo, y más negro y más sucio y, más repulsivo que nunca. Ni su ropa harapienta. Ahora comprendía todo: esa mujer horripilante que la miraba desde el cristal era su propia bestia, que por fin había salido del encierro.

martes, 7 de julio de 2009

Tacones


Por vigésima vez se asomaba a la ventana del departamento para tratar de imaginar de dónde venía ese sonido de tacones que otra vez le impedía conciliar el sueño, en la siesta pueblerina. Los tacones se clavaban al suelo del segundo piso, como si se aferraran a los mosaicos y él permanecía con los ojos abiertos, fijos en el techo, casi intentando adivinar hacia adonde se dirigía la inquieta mujer que los calzaba.
Conocía cada resquicio del cielo raso, de tantas siestas inútiles con las pupilas fijas en el techo. Lo que más le incomodaba era que luego de esas horas de calor, cuando la ciudad parecía soñar al unísono, el silencio reinaba en el piso superior al de su departamento y regresaba la paz. Varias veces subió y golpeó la puerta, pero no obtuvo respuestas y hasta imaginó que la impertinente mujer le estaba tomando el pelo.
Cuando el suplicio se le hizo insoportable, resolvió comunicarse con el administrador del condominio para que hiciera llegar la queja de ese ruido molesto a la propietaria del apartamento, a la que él ya odiaba con las entrañas. Con asombro, el hombre dejó la escoba de lado, hizo un gesto afirmativo con la cabeza y le informó que el lugar estaba vacío desde hacía varios años. La última inquilina había muerto de manera insólita, cuando se torció un tacón de sus zapatos y su cabeza dio de lleno en la pileta del baño.
Desde esa mañana el ruido de tacones se instaló cada minuto en la vida de Manuel y pasó varios años escuchándolos, como un reclamo insistente desde el más allá.

Carritos sin ley/ Cada vez más accidentes de tránsito “inimputables”

(Cuesta creer que en Paraná siga sin resolverse una situación histórica que desde hace muchos años se viene repitiendo: la circulación de carros de tracción a sangre que nos habla de una problemática mucho mayor que la mera regulación..., va la nota:)

Suman más de 500 los carros tirados por caballos que circulan en Paraná, comandados por adultos, jóvenes y niños en situación de pobreza. “Cuando se producen accidentes de tránsito las víctimas no tienen a quién responsabilizar, porque los carros son inimputables”, advirtió la vicepresidenta de Canadian Voices for animal, María Inés Bacigalupo, quien reiteró un reclamo “histórico” a la comuna.

Por su parte, los dueños de los carros se resisten a perder su medio de transporte y de vida. La exigencia de que la comuna tome cartas en el asunto de la circulación de carros de tracción a sangre en el microcentro de Paraná, resurge cada vez que se menciona la cantidad de accidentes de tránsito, denunciados o no, que se registran día a día en la capital entrerriana.

Informes policiales arrojaron que el 23 de julio de 1999, Álvaro Simón Zamarripa murió en un accidente ocurrido en calles Rondeau y Salvarini. El joven, de 20 años, retornaba de trabajar en su moto y fue interceptado sorpresivamente con un carro de tracción a sangre conducido por un menor. El chico murió como consecuencia de las lesiones sufridas y el caso no tuvo una resolución.

En tanto, el 27 de agosto de 2006, Casildo Rodríguez, de 24 años, murió al chocar una moto contra un carro en la intersección de las calles Los Minuanes y 1000 en el barrio Anacleto Medina. Rodríguez falleció en el acto al impactar con su cabeza contra una de las varillas guías del carro.

El carro tirado por un caballo, era comandado por Julio Miño, de 26 años, quien iba acompañado de su cónyuge y su hija.
Además, hacia diciembre de 2007 un caballo se soltó en el centro y aplastó un Fiat 600, en la esquina de las calles Córdoba y Cervantes, en un accidente que no registró lesionados.
A la lista de accidentes, que crece día a día, se suma el maltrato de los caballos y la necesidad de analizar una práctica cultural de sectores de pobreza que encuentran en “el carrito” un medio de transporte, trabajo y vida.

Persistente advertencia

En diálogo con AIM, Bacigalupo, afirmó que desde la organización crece la preocupación por la problemática y remarcó que “los carros tirados por caballos siguen circulando por la ciudad y son inimputables”.
A ello agregó que “cada tanto hay accidentes con peatones o vehículos y la gente no tiene a quien responsabilizar por el problema” y responsabilizó al municipio, “porque no cumple con la ordenanza que prohíbe la circulación de los carritos”.

Más adelante, informó que Canadian Voices for Animals mantiene un lugar, al que denominan “santuario”, donde residen 86 ejemplares de animales (gatos, perros y caballos) que fueron rescatados de situaciones de maltrato, donde son curados y protegidos.

Por eso, solicitaron a los vecinos que acerquen donaciones para el mantenimiento del lugar a la Asociación El Crisol, en 25 de Junio 295. Allí hay una alcancía para recibir dinero o bien se puede dejar bolsas de alimento.

La vida sobre ruedas
Por su parte, quienes conducen carros de tracción a sangre, encuentran en este medio una práctica cotidiana que se incorpora desde la niñez: “aprendí a cabalgar a los ocho años y el caballo y el carro son parte de mi vida”, contó a AIM Ezequiel P, de 27 años, quien se dedica al cirujeo con sus hermanos.

“En mi carrito tengo todo, la ropa, las bolsas y voy cargando lo que junto por la calle, ya que salgo muy temprano a la mañana y vuelvo a la noche al barrio”, relató y remarcó: “nunca tuve un accidente, ni choqué a nadie, porque trato de manejar bien: lo hago desde chiquito”.

Además, enfatizó: “no dejaría este carro por nada del mundo, es lo que me da de comer y arriba del caballo siento una especie de libertad, me escapo”.

Qué dice la ordenanza

El 27 de junio de 1992 el Departamento Ejecutivo Municipal (DEM) firmó el decreto 1.212 mediante el que se estableció la prohibición de la circulación de los carros de tracción a sangre dentro del microcentro.

El artículo 10 del capítulo 5º del digesto municipal de 1992 estipula las zonas donde se prohíbe la circulación de carros con tracción a sangre.
Según reza el mencionado artículo, “no podrán circular en el área comprendida entre bulevard Racedo, Ituzaingó, Ameghino, Patagonia, Bertozzi, Los Vascos, Laurencena, Ramírez y avenida De las Américas. En tanto se prohíbe la circulación total de vehículos a tracción a sangre y carros de mano en las áreas céntricas”.

“Comprobada una transgresión, el vehículo será trasladado al corralón municipal y depositado en el mismo, pudiendo ser retirado por su propietario, previo pago de la multa aplicada y de los derechos de estadía y traslado que corresponda”.

Por Noralí Moreyra para AIM, www.aimdigital.com.ar

Ramírez / Buscan eliminar el uso de bolsas de polietileno

(Me parece una iniciativa super interesante, y aporta un granito de arena para frenar con la contaminación, con una iniciativa que ya se aplicó en varios países con muy buenos resultados: va la nota...)

El Foro ecologista de la localidad entrerriana de General Ramírez, departamento Diamante, exigirá a la municipalidad la implementación de leyes que prohíban el uso de bolsas de polietileno, anunció la presidenta de la entidad, Graciela Todone, quien reveló que existen pruebas de que las bolsas “son elaboradas mediante el reciclaje de plásticos contaminantes, tales como envases de agroquímicos”.

En diálogo con AIM, Todone señaló que quieren evitar el uso de las tradicionales bolsas de polietileno desde hace mucho tiempo en Ramírez y remarcó que estos envases fueron reemplazados en otras provincias, donde se utilizan bolsas biodegradables.

“Nuestra organización tiene pruebas de que las bolsas de nylon se elaboran con plásticos con agroquímicos que son extraídos de basurales y eso es muy malo para la salud”, argumentó y señaló: “colocamos los alimentos básicos, como carne y frutas, en bolsas contaminadas y nos exponemos a factores altamente cancerígenos”.

En ese marco, dijo que los vapores que se desprenden de las plantas que trabajan con plásticos con restos de agroquímicos producen enfermedades de todo tipo, que van desde el cáncer hasta la soriasis. “Muchas veces sugerimos que se utilicen bolsas de red, arpillera, cartón, o tela para prevenir estas situaciones”, remarcó.

Especificó además que, según los expertos, una bolsa de nylon común demora en descomponerse cerca de 100 años, dependiendo de la exposición a la luz ultravioleta y otros factores.

Por otra parte, señaló que el proyecto para eliminar el uso de bolsas de polietileno en Ramírez será presentado el año que viene a las autoridades comunales y dijo que aguardan contar con una “buena recepción de la iniciativa” por parte de los funcionarios responsables.

El camino de las bolsas
Las bolsas de plástico, como elemento de uso cotidiano para transportar pequeñas cantidades de mercancías, fueron introducidas en la década del 70 y ganaron popularidad, especialmente a través de su entrega en supermercados y tiendas. Asimismo, las bolsas de nylon constituyen una de las formas más comunes de acondicionamiento de la basura doméstica.

El plástico del que están hechas es uno de los componentes de la basura que más aumentó en los últimos 35 años. En 1972, no representaba un porcentaje significativo, pero para 2006, un 13,75 por ciento de los residuos eran plásticos y la mayor parte correspondió a bolsas de polietileno, según datos de un estudio del Instituto de ingeniería sanitaria de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Coordinación ecológica metropolitana sociedad del Estado (Ceamse), a los que accedió esta Agencia.

Regresar a las botellas de vidrio
Desde el Foro de Ramírez recordaron también que es fundamental “dar un puntapié inicial para volver a la botella de vidrio” y agregaron que este tipo de envase “es un 80 por ciento más higiénico que cualquier tipo de botella plástica”.

“Sólo de esta manera estaremos reduciendo enfermedades que se desatan por el contacto con estos productos dañinos para la salud humana, y también disminuiremos la contaminación ambiental ya existente”, concluyeron.

Por Noralí Moreyra para AIM, www.aimdigital.com.ar

Greenpeace espera que Entre Ríos “cumpla con la ley de bosques”

“Existen muchos desmontes ilegales en Entre Ríos y a partir de ahora no hay más excusas para supervisar la tala de árboles ilegal”, dijo el coordinador de la campaña de bosques de Greenpeace, Hernán Giardini, quien celebró la reglamentación de la norma y remarcó que “proteger los pocos bosques que quedan en Entre Ríos” es central para la entidad.

En diálogo con AIM, Giardini manifestó que desde Greenpeace se sienten “muy contentos” por la aprobación de la normativa y destacó que “esto fue posible gracias a la movilización de la gente y el millón y medio de firmas que se juntaron para impulsar la iniciativa”.

Asimismo, subrayó que el teléfono rojo gigante y las tres cabinas telefónicas ubicadas entre los lobos marinos de la rambla de Mar del Plata, “recibieron más de mil llamadas por día pidiendo avances en la regulación y eso hizo que el proceso se acelerara”.

“Más allá de las críticas a la reglamentación que realizamos, lo importante es que las provincias apliquen la normativa de manera correcta”, sostuvo, ya que “si las provincias no respetan el ordenamiento de las áreas naturales no pueden emitir permiso de desmonte”, apuntó.

“Entre Ríos debe respetar la normativa”
En ese marco, Giardini señaló a esta Agencia, que es de esperar que Entre Ríos “aplique la normativa, ya que en el Consejo federal de medio ambiente, las provincias se comprometieron a concluir con el ordenamiento en julio”.

A ello agregó, que si las provincias respetan lo establecido recibirán un subsidio de más de un millón de pesos al año, previsto para que se mejoren los controles: “existen muchos desmontes ilegales en Entre Ríos y a partir de ahora no hay más excusas para supervisar la tala y el desmonte ilegal”.

Los pasos de la ley
Por otra parte, Giardini recordó que la ley de Bosques “tuvo dos años de discusión en el Congreso, y Greenpeace venía luchando desde hacía mucho tiempo para que se realicen estos ordenamientos”.

“En una oportunidad, el diputado (Miguel) Bonasso presentó una ley relacionada con bosques nativos y por aquel entonces, junto a otras organizaciones ambientalistas, presentamos propuestas para mejorar ese proyecto de la cámara de Diputados”, puntualizó.

“Hubo que esperar un año y dos meses para que se reglamente la ley, y por eso fue que comenzamos a movilizarnos con más fuerza, ya que el año pasado no existieron tantas repercusiones”, detalló y agregó que el alud que días atrás asoló a los habitantes de Tartagal, en Salta, fue el puntapié final para la reglamentación de la norma.

Giardini agregó que es optimista en cuanto a que “se respete la decisión de la sociedad que quiere que los bosques estén protegidos y se conserven estas superficies para las generaciones futuras”.

Otras preocupaciones en Entre Ríos
En cuanto al panorama del medioambiente en la provincia, el ambientalista señaló que otra de las cuestiones que inquietan a Greenpeace sobre lo que sucede en Entre Ríos es la desprotección de los humedales, y la “terrible” quema de pastizales en el delta.

“El avance de las pasteras sin planificación también es una cuestión acuciante”, señaló aunque remarcó que “la protección de los pocos bosques que quedan en Entre Ríos es central para la organización”.

Ley de Bosques oficializada
El decreto reglamentario de protección ambiental de los bosques nativos ya fue publicado el Boletín oficial y en las disposiciones generales se precisan las definiciones de enriquecimiento, restauración y conservación, así como de comunidades indígenas, pequeños productores y comunidades campesinas.

El decreto lleva el número 91 y reglamenta la Ley 26.331 de presupuestos mínimos de protección ambiental para "el enriquecimiento, la restauración, la conservación, el aprovechamiento y manejo sostenible de los bosques nativos y de los servicios ambientales", se informó a esta Agencia.
Por Noralí Moreyra para AIM, www.aimdigital.com.ar

miércoles, 15 de abril de 2009

Dulce espera


¿Cómo serás? Hasta el momento no imaginé lo que significaría llevar una vida adentro de la mía, aunque presiento que debe sentirse como si bien adentro brotase una flor, o creciera un pequeño arroyito que se transforma en un río revuelto. Quizás sea algo tan maravilloso como ver germinar una semilla o sentir el latido de otro corazón en otro pecho. Cosas simples, cotidianas y al mismo tiempo mágicas.
Quizás se sientan mariposas en el estómago o cosquillas en el vientre. O muchas ganas de reír y de llorar o gritar. ¿Cómo serás? ¿Cuándo serás? ¿Cómo seremos?

jueves, 2 de abril de 2009

Una noche en el club El Progreso

Hacía más de 80 años que el viejo bar del Club Progreso olía a cigarrillo y whisky mezclado con vino tinto y sudor de los clientes que, cada noche, iniciaban su rutina de tragos, bochas y póker en las mesas del añejo lugar. Los puntos se contabilizaban con tapitas de plástico rojo y un mozo se acodaba en el mostrador para controlar que nadie hiciera trampa.
La dueña del lugar, de batón a la rodilla y ojotas gastadas, compartía la mesa con los jugadores y, de cuando en cuando, echaba una mirada a los nuevos clientes para preguntarles si precisaban “alguna copita”.

Hacia las 22 las jugadas se apuraban y el ambiente se tornaba más tenso. Cuando la cosa se complicaba algún jugador dejaba entrever la culata de su revólver debajo de la camisa mal arreglada.
El péndulo de un viejo reloj de pared marcaba el paso arenoso de las horas en aquel bodegón sin tiempo cuya dueña, también sin tiempo, se acomodaba de cuando en cuando los anteojos reparados con cinta de embalar. Llegada la medianoche la mujer se levantaba de su banqueta y arrimaba la puerta de madera.
En el salón contiguo al bodegón ya comenzaba a sonar la música electrónica, y se encendía la bocha de luces que iluminaba la pista de baile y el barman de torso bronceado y musculoso comenzaba a preparar tragos multicolores para la multitud de jóvenes que esperaban para ingresar al moderno pub bailable que funcionaba en otro salón del Club.

Antes de entrar, las adolescentes se apoyaban en la ventana del bodegón, sin respetar ese silencio de hospital que reinaba cuando las jugadas ya llegaban a su fin, y clavaban sus ojitos en las mesas anacrónicas.Nunca faltaba el gaucho que por deslizar la pupila en un escote perdía la partida, y comenzaban los insultos y botellazos. La paz del lugar llegaba a su fin.

Era dulce observar esa postal de luces amarillas y guapos de camisas y pantalón “de salir” intentando conservar el oasis detenido en el tiempo, que sucumbía bajo la invasión de jovenzuelos enfundados en pantalones chupines y chicas tomadas de la mano.
La última partida de cartas culminaba pasada la medianoche. Entonces, los jugadores se retiraban del salón y se mezclaban con los adolescentes hasta llegar a la salida. Algunos lugareños enfilaban para el pub y se quedaban en algún ángulo oscuro, como si quisieran pasar desapercibidos. Desde allí criticaban a la “juventú actual”, pero de pronto se acercaba una chica, que no tenía más de 18, bailando al ritmo de los Babasónicos, y los jugadores, envalentonados por el vino, estiraban la mano para acariciarle el pelo rubio. Y la chica chillaba asustada por el encuentro, tanto chillaba que el policía del pueblo, “Tulio” para los amigos, se acercaba al sitio del altercado y sacaba a los borrachos del brazo, que ya estaban más mareados que nunca con tanto lucerío. Mientras tanto la chica encendía un cigarrillo y les contaba a sus amigas lo sucedido.
Esa noche los borrachos pasaban la noche en la comisaría local, hasta que alguna de sus esposas los retiraba del calabozo e ideaba algún que otro castigo para dejar al "atrevido" en evidencia.

domingo, 15 de marzo de 2009

Cachorro


Llegaste a mi casa en una mochila y parecías una bolita de carne y pelos que lloraba sin cesar y que me mordía el dedo con una boquita desdentada y tibia. Te mimé hasta el hartazgo, te cuidé sin cesar y fuiste mi compañía incondicional durante mis ratos de soledad o en esos momentos en los que solamente necesitaba que alguien me espere en casa y se mostrase feliz con mi regreso. Fuiste el primero al que me tocó alimentar con una mamadera y cuya vida dependía de la mía. Parece mentira que hayan pasado dos años. Feliz cumpleaños querida mascota.

Espera


Ya habían probado todas las formas de detener el reloj que con cada tic-tac se llevaba un minuto más de las débiles pulsaciones que hacían latir su corazón. Hacía más de dos semanas que su agonía no dejaba dormir a ninguno de los familiares que lo observaban condolidos al borde de la cama del hospital del pueblo. Las palmas para su velorio ya estaban listas, como así también el servicio fúnebre, el traje que usaría y las oraciones que diría cada uno de los deudos al momento del adiós final, pero el abuelo no se iba. Cada noche desvariaba en su mundo de alcoholes y urinarios. Gritaba improperios a las enfermeras y movía las manos en la negrura de la habitación inmaculada. Nadie comprendía por qué se rehusaba a abandonar este mundo, ni cómo era posible que estuviese vivo si, según los médicos, ninguno de sus órganos funcionaba de forma correcta, con lo que realizaba un esfuerzo casi sobrehumano por permanecer con vida. Todas las mañanas una monja de manos pequeñas y hábito renegrido le brindaba la extremaunción, pero el abuelo no la miraba. Sus ojos estaban fijos en la ventana, por donde se veía un camino de tierra que llevaba hacia la ruta a Buenos Aires. Pasaron varias semanas y los familiares comenzaron a hastiarse de la tediosa espera y algunos se marcharon del nosocomio para no volver.
Una tarde gris, uno de los yernos se acercó al lecho del anciano enfermo: “Váyase tranquilo abuelo, que ella ya no va a venir”, cuentan que le susurró al oído, pero el abuelo seguía con los ojos fijos en la ventana, inmutable. Con lágrimas en los ojos, el yerno se marchó de la sala consciente del poder de sus palabras. Diez minutos después, y con un suspiro de angustia, el abuelo se marchaba para siempre de este mundo.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Mi otro yo

María descansaba plácidamente con su cabellera negra apoyada en la mullida almohada de plumas que un tiempo atrás le habían regalado en su fiesta de bodas. La frescura de la habitación en pleno verano invitaba a sumergirse entre las sábanas de algodón y María, muy relajada, giró la cabeza hacia el costado. Abrió los ojos muy despacio y en la penumbra de la siesta vio su rostro, radiante, sonriéndole frente a frente. María entreabrió los labios agradecida y le devolvió la sonrisa, mientras su otro yo no le quitaba los ojos de encima. Pasaron unos minutos y María cerró los ojos otra vez, pero cuando los abrió su otro yo había desaparecido del dormitorio. La muchacha lanzó un suspiro, y sin entender demasiado lo sucedido, continuó con la siesta. Su otro yo la esperaba por ahí, en algún lugar de la casa.

martes, 27 de enero de 2009

Miedo infundado

Erase una vez un hombre que se creía de cristal. Ninguna mujer podía tocarlo porque él estaba convencido de que si eso ocurría su cuerpo estallaría en miles de esquirlas y se perdería en el polvo para siempre. Era tan grande su temor a experimentar otro cuerpo cerca del suyo que decidió alejarse de toda manifestación de cariño, tanto pública como privada. Su mamá le había dicho a los diecisiete años: “Caíto, las mujeres son una perdición” y esa frase caló hondo en su vida. Tan hondo que su amada compañera se había resignado a esta abstinencia de caricias a la que el hombre la condenó sin consultarle:
“Marita”, le decía, “ya sabés que si nos acostamos estallo”.
Aquejada por la aridez de su vida casi monacal, una mañana Marita miró con más ternura de la habitual a su amigo de la infancia y, entre risas y chistes, terminaron besándose en la mesita de un café del barrio. Caíto vio la escena desde afuera del local, y se hizo pedazos.