viernes, 28 de mayo de 2010

Leilén

A veces, cuando Leilén lloraba sus ojitos tiernos se volvían opacos, como si una nube de niebla le arrebatara la visión, el esplendor y el brillo. Su boca se fruncía, se le achicaba el corazón un poco más, se constreñía su pecho, le sonaban las tripas, las manos transpiraban y se retorcían los dedos de sus pies diminutos.

Leilén lloraba a moco suelto, con el alma abierta a cualquier angustia que anduviese dando vueltas, sin pensar en lo ajeno, en quién estaba enfrente, Leilén lloraba tan profundo que parecía ahogarse en esas penas que sólo ella podía detectar y que únicamente las lágrimas podían describir.

No había palabras para el dolor de Leilén, porque el abecedario se le salía por los ojos, rodaba por toda su carita redonda y caía por ahí haciéndose trizas en el suelo. Apretaba los dientes inmaculados y se dejaba ir por ese mar de llanto que se la llevaba lejos, en un mar de pañuelitos de papel.

En esos momentos, Leilén era puro sentimiento, hasta que se distraía con alguna musiquita, o el olor de algo que se quemaba para siempre en la cocina, o su perrito pidiéndole el paseo diario.

Entonces, Leilén se rescataba de su catarsis lacrimógena, respiraba profundo, pensaba en algunos motivos pero no demasiado, y seguía su rumbo hasta que un nuevo maremoto la sorprendía por ahí, en la escuela, en el trabajo o en la cola del supermercado.

1 comentario:

Eleanor Rigby dijo...

y Leilén tiene que salir adelante, como siempre, porque así debe ser, xq la vida nos hace caer pero para que nos volvamos a levantar y aprendamos de la caída...

Muchas veces nos pasa, y las lágrimas de dolor inundan nuestros días; pero seguimos adelante y nos escribimos en el blo.

Besos