viernes, 9 de julio de 2010

El “detestable”


Erase un hombre detestable. Cuando todos querían subir, el detestable se empecinaba en bajar. Si un hombre amaba a una mujer, el detestable se encargaba de destilar todo su veneno contra el joven, y tenía un poder de convicción tan fuerte que lograba convencerlo de los defectos del objeto de sus deseos, de lo difícil de compartir una vida con alguien y de los riesgos de comprometerse emocionalmente con otro ser que no fuera él mismo. El detestable aumentaba su poder en la medida en que sus coetáneos estaban de acuerdo con él. El detestable no sabía si amaba a gente de su mismo sexo, del sexo opuesto o si sólo se quería a sí mismo. Era tal su ambigüedad que su persona parecía estar rodeada por un aura de extrañeza y oscuridad que sólo era percibida por almas con una intuición afinada.
El detestable se negaba a ser padre cuando su mujer más necesitaba de una palabra de compañía, para ayudarla atravesar ese difícil trance en donde el cuerpo y el alma piden engendrar una nueva vida, allí donde solo se siente vacío. Pero el detestable destilaba su ponzoña de animal rastrero y le infundía tantos temores, que la mujer terminaba por hacer el duelo de aquel hijo que aún antes de nacer, ya estaba muerto: asesinado por las palabras del detestable.
No obstante, el detestable sentía que sus poderes retrocedían amenazados ante los eflujos de algunas damicelas que ponían fin a sus arrebatos de eterna insatisfacción por los deseos de quienes se esmeraban en ser felices. El detestable era aquel capaz de arruinar los paseos más dulces al sol.
Era ese jefe sin vida propia que se retroalimentaba con los pequeños actos de independencia que intentaban ejercer sus empleados, y que él se empeñaba en mancillar, pisotear y escupir hasta que los trabajadores insurrectos daban un paso atrás o al costado de sus proyectos.
El detestable proyectaba su miedo por vivir en los actos de valentía de los demás. Para el destestable el sacrificio por un trabajo se llamaba esclavitud, y a veces se empeñaba en bastardear tanto los esfuerzos ajenos que olvidaba hacerse y armarse de un proyecto propio para dejar en paz al resto.
El detestable está siempre entre nosotros, que a veces somos ese detestable. Se esconde en cada esquina, en cada bar. Es ese ser manipulativo y hostil disfrazado detrás de un antifaz de seducción, simpatía y amabilidad.
Sólo se vence a un detestable dejándolo pataleando solito en un rincón. Allí, en los rincones oscuros de las soledades adversas un detestable llora lágrimas tan ácidas que terminan por derretir sus pies y le impiden volver a caminar sin la ayuda de otro ser. Allí se deshilacha su sábana de fantasma y se ve condenado a permanecer inmóvil.
Ahora nadie puede venir a socorrerlo: sus coetáneos sólo desean que muera de hambre y sed.

1 comentario:

Leon-iBlack dijo...

Hola que tal Soy León acá de México me encanto "El Detestable", aveces estamos ya sumergidos en tanto lodo sin vivir y sin dejar vivir a los demás, somos MUERTOS entre Muertos, navegamos con Caronte aun sin pagar tributo a la muerte. salu2!