viernes, 17 de septiembre de 2010

El “imposible”

“Las materias pendientes son una mancha en la postal de la vida y es crucial concretarlas”, dijo la madre de María mientras ella se sometía a la sesión de terapia telefónica obligada que se ocasionaba cuando su progenitora sufría una de sus incontables crisis existenciales. En esas situaciones, María no tenía otra opción que la de convertirse en una oreja gigante sin la voz suficiente como para expresar: “no quiero oírte más”.

Sin embargo, la frase no quedó colgada de su oído y penetró profundo hasta volverse un auténtico picaseso que la seguía cual mantra de yoga por donde quiera que fuera en su diaria rutina. La oración se repetía en María, que había perdido la capacidad para frenarla y optó por dejarse llevar.

Desde entonces, se sintió movida por una energía nueva y parecía que se había calzado unos zapatos mágicos que la impulsaban a concretar proyectos o aprender nuevas artes, probar diferentes peinados, vestuarios y posturas. Una tarde se sorprendió sonriéndole a la imagen que le devolvía el espejo y continuó por un largo tiempo despabilando a sus ideas adormecidas.

Cual ingeniera, María se propuso diseñar una manera de romper de una vez por todas con aquel destino que otros le habían prefijado, como si ella fuera protagonista de una de esas obras de la tragedia griega en la que lo que ocurrirá ya se sabe desde que nace el protagonista, porque es un designio de los dioses.

¿De dónde venía ese impulso que antes estaba dormido? ¿En dónde florecieron esas dos palabritas a las que en principio María no prestó atención?

Como fiera, la muchacha concretaba sus materias pendientes y daba nuevos pasos impulsada por una especie de autoayuda interior, que alimentó con libros de todos los gurúes que se cruzaron por su intrépido camino.

No obstante, cuando una noche de luna se presentó en su vida el hombre que le ponía las mejillas enrojecidas con sólo mirarla, el hombre que en su juventud le había hecho conocer cómo se duele el deseo en la piel, María supo que aquella materia pendiente estaba a punto de hacerse posible, pero dio un paso al costado sin hacer nada.

De regreso a su casa intuyó que la loba en que se había convertido con tanto esfuerzo había retornado a su grisácea vida de cordero por rechazar al hermoso semental que prometía hacerla arder de pasión. Más tarde, comprendió que existen algunas materias pendientes que es mejor conservar en ese estado para que sus destellos pongan al galope al corazón de una manera indescriptible y viva.

Con esa dulce certeza María recordó al “hombre imposible” que una noche se había entregado a ella después de tanta espera. Con sus dedos largos, acarició la piel del "imposible" en la profundidad de su habitación y con el correr de los años aquel recuerdo se convirtió en su más ardiente compañía, aún cuando las canas ya le habían platinado la melena y su piel se había arrugado tanto como la de una pasita de uva. Pero su sangre hacía borbotones debajo del batón floreado, y no era otro que "el imposible" el culpable de todo aquel alboroto que le inundaba los ojos de picardía y le hacía perder los puntos del tejido, olvidarse las hornallas abiertas y las luces prendidas hasta el amanecer. Los médicos le diagnosticaron Alzheimer, pero María no hizo caso de los consejos de sus familiares aunque aceptó los cuidados que le propinaba su cariñoso marido.

Es que nadie entendería nunca que aquel hombre imposible que regresaba cada vez más seguido a su memoria era el único responsable de sus innumerables traspiés.